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dijous, 23 de febrer del 2012

Curiosidades a la hora de escribir




Todos, quien más o quien menos tiene sus manías a la hora de concentrarse o escribir alguna cosa. Algunos oyen música, otros no la soportan otros necesitan silencio total y ausencia de gente a otros no les importa tanto que haya ruido de fondo…pero sin duda estas pequeñas peculiaridades se quedan cortas delante de genios de la literatura como los que siguen. 


El conde de Buffon, que solo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto;  

Alejandro Dumas, padre, cuando escribía, vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, calzando sandalias;

 Pierre Loti, que vestía trajes orientales, escribiendo en un despacho decorado a la turca,
 el poeta ingles

John Milton, que escribía envuelto en una vieja capa de lana. Otros eran incapaces de estarse quietos: por ejemplo,

Chateaubriand, que dictaba a su secretario paseándose con los pies descalzos por su habitación;  

Victor Hugo, que meditaba sus frases o sus versos en voz alta paseando por la habitación hasta que los veía completos, pasando entonces a escribir con toda rapidez, y  

Jean-Jacques Rousseau, que prefería trabajar en pleno campo y, a ser posible, al sol y, si el ruido ambiente le molestaba, se taponaba los oídos con tapones de guata.

A otros les preocupaba más el dónde que el cómo; por ejemplo,  

Montaigne, que escribía encerrado en una torre abandonada.

El poeta alemán Schiller, que solo podía escribir si tenia los pies metidos en un barreño con agua helada;  

Lord Byron, que excitaba su inspiración mediante el aroma de las trufas, de las que procuraba llevar siempre algunas en sus bolsillos.

Gustave Flaubert, que era incapaz de escribir una sola línea sin antes haberse fumado una pipa.


Honoré de Balzac se podía acostar a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada justo a medianoche; inmediatamente se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de doce a dieciocho horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo no paraba de consumir taza tras taza, lo que, en su opinión, no solo le mantenía despierto y despejado, sino que le inspiraba a escribir. A ese ritmo diario; Balzac consiguió terminar más de cien novelas y narraciones cortas.




 El libro de los hechos insólitos. Gregorio Doval. Alianza Editorial. Biblioteca de consulta 8124.

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